La corrida de toros o toreo es una fiesta que consiste en lidiar toros bravos, a pie o a caballo, en un recinto cerrado para tal fin, la plaza de toros.
En la lidia participan varias personas, entre ellas los toreros, que siguen un estricto protocolo tradicional, reglamento de espectáculos taurino, regido por la intención estética; sólo puede participar como matador el torero que ha tomado la alternativa. Es el espectáculo de masas más antiguo de España y uno de los más antiguos del mundo. Como espectáculo moderno realizado a pie, fija sus normas y adopta su orden actual a finales del siglo XVIII en España, donde la corrida finaliza con la muerte del toro.
Las corridas de toros son consideradas una de las expresiones de la cultura hispánica. Se practican también en Portugal (donde, a excepción de algunos municipios, no se le da muerte al toro en la plaza desde 1836, durante el reinado de María II), en el sur de Francia y en diversos países de Hispanoamérica como México, Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela y Costa Rica.
Las corridas pueden clasificarse, según la edad y el trapío del toro que se lidia, en becerradas, novilladas y corridas de toros propiamente dichas, y pueden desarrollarse a pie o a caballo. Si se ejecutan las suertes a caballo, el festejo recibe el nombre de corrida de rejones o rejoneo. Cuando se combinan ambas disciplinas en un mismo festejo, se denominan corridas mixtas.
El origen de las corridas de toros en España hunde sus raíces en la cultura grecolatina que es introducida en el proceso de romanización. El culto al toro como divinidad y su sacrificio ritual está constatado en las civilizaciones minoica y otras del mediterráneo oriental desde al menos la edad del bronce. Los romanos, que incorporan a su propia cultura los mitos y divinidades de su zona de influencia, comienzan la conquista de Hispania con su desembarco en Ampurias, en la actual Cataluña, en el contexto de las Guerras Púnicas. La romanización, que comienza en la Tarraconense y se extiende con los siglos a toda Hispania, instaura en la cultura local los juegos y luchas de fieras, en las que el toro era un animal de frecuente intervención, existiendo constancia de luchas contra osos, leones y por supuesto seres humanos.
Durante la ocupación visigoda y en los primeros tiempos del califato omeya, hay cierta oscuridad sobre espectáculos taurinos, aunque la persistencia de los mismos en etapas posteriores dan idea de que la arraigada costumbre pervivió intacta a través del tiempo.
Hay noticias documentadas sobre fiestas de toros en Cuéllar (Segovia) en el año 1215, año en el que su obispo decretó "que ningún clérigo juegue a los dados ni asista a juegos de toros, y sea suspendido si lo hiciera". En el mismo siglo Alfonso X El Sabio prohibió que dichos juegos se celebrasen por dinero, lo cual apunta a la existencia de una "profesionalidad" incipiente entre los dedicados a lidiar reses bravas. Y es que recorrían los pueblos de España los llamados «matatoros» o «toreadores», divirtiendo al público (y cobrando por ello) mediante la práctica del toreo a pie de forma más o menos rudimentaria (sorteando o recortando a los toros, dándoles lanzadas o saltos, etc.). Además, estaban los pajes que, como parte de su servicio, ayudaban a los caballeros a lancear o rejonear a caballo, realizando los quites cuando fuera necesario. Igualmente en el reino nazarí de Granada también se documentan ciertos "juegos de fieras" en la que es probable que participaran toros.
Ya en el renacimiento, en 1542 la ciudad de Barcelona homenajea al príncipe Felipe, futuro Felipe II de España, con "luminarias, danzas, máscaras y juegos de toros". Miguel de Cervantes deja constancia de la cría de reses bravas para estas fiestas en el incidente que sufre Don Quijote de la Mancha quien grita a quien los transporta "¡Ea, canalla, para mí no hay toros que valgan, aunque sean de los más bravos que cría Jarama en sus riberas!", apuntando la existencia de explotaciones ganaderas de intrínseca finalidad taurina.
La prohibición de torear a caballo que en 1723 Felipe V impuso a sus cortesanos, acarreó que los modestos matatoros y los pajes empezaron a torear por su cuenta en las ciudades más importantes y a desatar el entusiasmo del gran público.
El tipo de corrida más extendido actualmente, la corrida española, tiene como fin principal llevar el toro a muerte (en Portugal el espectáculo termina con la suerte de muleta) mediante la presentación de diversos lances de estilo coreográfico que el encargado de la lidia (torero, rejoneador) induce al toro de manera que parezca coordinada y permitan el lucimiento del mismo. Para este fin se ocasiona al astado pinchazos con instrumentos que varían en longitud y se distinguen por la intención de los mismos (las banderillas, además de ocasionar el sangrado en el toro, adquieren valor en cuanto adornos; las varas de pica, con una punta reglamentaria de 6 a 8 cm, se utilizan para dosificar la fuerza del toro y medir su bravura).
Si bien la corrida culmina casi siempre con la muerte del toro, que se causa con un estoque de dos, tres o hasta cuatro canales, que reglamentariamente tiene que ser menor de 80 cm y que el matador intenta clavar entre los omóplatos del toro para llegar al corazón y que la muerte sea instantánea. Habitualmente no se consigue a la primera, al necesitarse mucha precisión. Si no se consigue en dos o tres veces, se toma un estoque con un tope cerca de la punta y se clava entre las cervicales del toro, con el fin de cortar la médula espinal («descabello»). Si el toro cae pero no muere, un mozo le da la puntilla, con un puñal corto, del mismo modo que en el descabello. En ocasiones, donde el reglamento de la plaza lo permite y a petición del torero o el público, antes de dar muerte al toro, en casos de bravura y porte particularmente distintivos, el presidente de la corrida puede conceder el indulto del toro, en cuyo caso no se lo mata sino que se devuelve a los corrales para que regrese al campo como semental.
Por lo general en un evento taurino se lidian seis toros (casi siempre de una misma ganadería) por parte de tres matadores, aunque también se ofrecen eventos con dos matadores (llamados "mano a mano") eventos con cuatro, eventos de seis matadores (en los que corresponde un ejemplar a cada uno) o encierros con uno sólo matador. En el siglo XIX, las corridas podían tener muchos más matadores y toros.
Orden de la corrida
La corrida comienza con el paseíllo, en el que desfilan los matadores seguidos de sus cuadrillas y del personal de la plaza de toros. Una corrida de toros se divide en tres partes, denominadas "tercios" y 2 suertes (de capote y de muleta):
Tercio de varas. Durante el tercio de varas el matador torea con el capote y el toro recibe una serie de puyazos en el morrillo (zona abultada entre la nuca y el lomo del toro) por parte del picador. El objetivo de estos puyazos es medir la bravura del toro y su disposición a la embestida, además de dosificar la fuerza del toro para facilitar la posterior labor del matador. En la antigüedad era esta suerte la más esperada por los espectadores, siendo los toreros de a pie sólo auxiliares de esta labor, con el paso del tiempo estos últimos cobraron mayor fama entre la multitud y la lidia comenzó a girar en torno a su labor, pasando a ser los protagonistas del espectáculo ya a mediados del siglo XVIII, si bien la nobleza continuaba prefiriendo el toreo a caballo, de lo que se separó el toreo de rejones.
1. Suerte de capote (más comúnmente conocido como "tercio de quites"). La faena a capote la desarrolla el torero para medir la embestida del toro así como su fuerza y disposición. Es más apreciada en América que en España. Existen diferentes estilos de uso indistinto en la lidia; los lances de verónica, chicuelina y las gaoneras (así llamadas por haberlas inventado el mexicano Rodolfo Gaona) son los de uso más común, si bien hay muchos otros.
Tercio de banderillas. Durante este tercio los banderilleros clavan sobre el lomo del toro unos adornos llamados comúnmente banderillas o rehiletes (instrumentos consistentes en una vara de madera adornado con flecos de papel de colores con un arpón en la punta). La función de dichos instrumentos es la de avivar al animal, tras el tercio de varas, por el movimiento de las mismas. De ahí el término, menos conocido, de avivadores
Tercio de muerte. Durante este tercio tiene lugar el enfrentamiento del matador con el toro. El matador realiza la faena de la suerte de muleta y posteriormente le da muerte con el estoque.
Suerte de muleta. Esta suerte es solo efectuada por el matador de toros, pudiendo ser sustituido por el alternante de más antigüedad solo en caso de verse impedido a terminar el tercio si ha sufrido algún percance. Los lances más comunes son: el natural (abierto y con la mano izquierda) y el derechazo (con la derecha y la espada en el paño de la muleta para extender la superficie del mismo), además del remate de pecho
Una vez que el matador ha demostrado su maestría con el toro, que para ahora está casi anulado, se prepara para matar. Este es el momento culminante de la lidia. El matador se asegura de que la posición del toro sea la ideal para la estocada, o sea con las patas delanteras juntas. Entonces se acerca al toro, se estira por encima de los cuernos y le clava el estoque entre los omóplatos, tratando al mismo tiempo de evitar cualquier sacudida repentina de los cuernos. La estocada perfecta corta la aorta y provoca la muerte casi instantánea del animal, si bien una mayoría de veces se precisan reintentos hasta acertar la arteria. En algunos casos se requiere el golpe de gracia en la nuca mediante el descabello y el puntillazo. Dependiendo de la calidad de la lidia se otorgan trofeos como las orejas y el rabo.
El toro : El uro (la subespecie Bos primigenius primigenius), antepasado del actual ganado vacuno, desapareció de su último reducto en los bosques de Europa central en el siglo XVII. Los partidarios de la tauromaquia arguyen que, debido a la cría selectiva de toros de lidia, el toro salvaje español ha sobrevivido durante los últimos tres siglos. La principal diferencia entre un toro salvaje y uno doméstico es la manera de reaccionar cuando se ve amenazado. El toro bravo de origen español seguirá atacando sin cesar mientras algo o alguien se mueva en frente de él.
Sin embargo, la consideración del toro de lidia como una raza es controvertida: libros especializados y ecologistas cuestionan que se pueda dar al toro de lidia el estatus de raza debido a que las características que se conservan por selección varían de unas ganaderías a otras; además, las crías de toros bravos no nacen necesariamente bravas, ni los toros bravos tienen por qué tener progenitores bravos. Aún siendo una raza, el Gobierno de España descartó que esté en peligro de extinción si se prohíben las corridas de toros, ya que cada año se utilizan un número muy escaso5 en espectáculos taurinos (únicamente 15.000 ejemplares en corridas y sueltas de vaquillas, de los 275.758 ejemplares existentes a fecha de 31 de julio de 2010)
La bravura es la esencia misma de la tauromaquia, razón por la que los ganaderos españoles tratan de mejorarla constantemente. Los toros llevan una existencia placenteradurante cuatro años hasta el momento decisivo en el que se ven empujados hacia la arena. Aunque antes de saltar a la arena el toro bravo nunca ha visto un matador ni un capote —de lo contrario, jamás olvidaría las técnicas empleadas y eso lo haría demasiado peligroso—, su instinto lo lleva a embestir el trapo que se mueve, sea del color que sea (los toros no distinguen los colores).
Los toros son capaces de matar hasta en sus últimos momentos. En los años 80, el matador de veintiún años conocido por el nombre artístico de Yiyo, tras dar la estocada, fue embestido por el toro y con uno de sus cuernos perforó mortalmente el corazón del desventurado torero.